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L'Elisir d'Amore vuelve al Gran Teatre del Liceu

  • Dr. Eloi de Tera
  • 23 nov
  • 8 Min. de lectura

Actualizado: 4 dic


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El mítico Elisir d'Amore creado por Mario Gas en 1983, ambientado en la Italia fascista, que se repuso la temporada 1997/1998 en el Teatro Victoria, con aún el Liceu en reconstrucción, y que ha dado la vuelta por medio mundo, ha vuelto a aterrizar en el Liceu estos días. Es una producción sencilla en lo escenográfico, como lo es el cine realista italiano en el que Gas se inspiró, con ese regusto a Ladri di biciclete, pero riquísima en colores y movimiento escénico. Aunque aún hoy, sinceramente, ver desfilar a unos camisas negras por en medio de la Platea da miedo, sobre todo en los tiempos que corren, en los que se constata que el fascismo nunca murió. Pero la producción de Gas, ahora repuesta por Leo Castaldi, resulta atrayente y milagrosa en cada detalle, sobre todo en el vestuario a cargo de Marcelo Grande y la excelente iluminación de Quico Gutiérrez.


De nuevo esta vez, los dos grandes protagonistas de la producción son el Coro del Gran Teatre del Liceu, cuyos miembros siempre destilan perfección, homogeneidad y un sonido arrollador —de mano de su director Pablo Assante— y la orquesta del Gran Teatre del Liceu, esta vez con Diego Matheuz en el podio. Matheuz es todo vitalidad, pero llena de pulcritud y matemática. Con el triple cast que tiene entre manos, nada es fácil, porque cada gallo va libre en el corral, pero Matheuz consigue dirigir con precisión a todos ellos y a la vez sacar una lectura brillante y amable de la partitura de Donizetti. Bajo su dirección, a pesar de las piruetas de cada cantante, la orquesta suena homogénea, sin estridencias y con un color extraordinario.


De entrada, el triple cast se antojaba algo peligroso, ya que requiere triples ensayos y se arriesga a mezclas posteriores que pueden suceder con posibles cancelaciones. Y así sucede. En la première de ayer, la indisposición de Javier Camarena, creó una combinación de cast no prevista, con un dueto fortuito entre Filipe Manu y Serena Sáenz. Un dueto que no estaba previsto supuestamente en ningún ensayo, pero que las dotes escénicas de los dos jóvenes consiguieron disimular. Manu no es Camarena, pero es un cantante técnicamente excepcional, con una voz de color bello, frágil y brillante, que supo hacer una lectura del difícil papel de Nemorino que podríamos calificar como casi sobresaliente, pero no estelar. Su bella interpretación sufrió problemas de proyección en todo momento, algo que no solo sucedió con él ayer y le faltó potencia y fuerza en algún momento, pero todo eso es perdonable en un debut total que además era sustitución imprevista. Y es que se supone que quienes pagaron esperaban lo estelar o, si somos sinceros, todos hoy esperamos lo estelar porque así la discografía nos ha acostumbrado.


Finalmente Michael Spyres se ha confirmado como el gran Nemorino de esta producción, no solo porque toda partitura que se le pone delante la canta con gran calidad, brillo y maestría técnica. Spyres es superlativo. Spyres, aunque no muchos lo sepan, es el tenor más prolífico y maravilloso del momento. Spyres, enraízado en lo wagneriano, debuta también como Nemorino y lo hace con un lirismo que es pura excelencia. Sus frases son míticos y dotados de una enomre calidad y belleza, el color y técnica de sus pianissimi rebosan la perfección total. Su interpretación de Una furtiva lagrima hará caer más de una lágrima de aquellos que tendrán el privilegio de oírla y que no podrán nunca más olvidarla, porque es única y lleva un sello muy personal del tenor americano. Su Nemorino es realmente de otro mundo; corran a escucharlo y escucharan cada día una cadenza diferente. Porque Spyres hace que cada día su Nemorino se único y irrepetible.


En lo femenino, Adina es un papel complejísimo, que exige —sobre todo por la historia de quienes la han interpretado— fuertes dotes de high notes y virtuosismo. Ciertamente, Serena Sáez posee las cualidades para esto. Una voz única, como muy pocas, con una textura vocal que recuerda a las grandes sopranos de la historia lírica, con una potencia vocal capaz para los papeles más complejos del dramatismo verista y la técnica para hacerlo. Pero en el estreno no brilló. En el primer acto no proyectó y se la oía poco y quiso atacar un agudo final que no salió como ella podría hacerlo. En el segundo acto deslumbró más, sobre todo en Prendi per me sei libero. Su interpretación de Adina fue bella y con momentos épicos, cuando proyectó algunos de sus agudos más bien trabajados, pero Sáenz puede mucho más y no se la reconoce. Con un enfoque exclusivo en la ópera, sin otras distracciones externas a la música, tendríamos a una gran diva y en esta producción solo es un intento de diva. Eso sí, como siempre, sus dotes teatrales nos mostraron una Adina estupenda.


Por contra, la Adina de Marina Monzó es humildad y perfección vocal. No tenemos con Monzó, al lado del gran Spyres, intentos de virtuosismo ni de high notes, pero su lectura de Donizetti es excelente, vibrante y luminosa, llena del meloso color vocal que Monzó posee. Su interpretación de Adina es lírica y bellíssima y convence en cada compás, denotando ser una diva indiscutible para cualquier papel belcantista.


Ambrogio Maestri, como su apellido indica, es el Maestro indiscutible de esta producción en lo que a Dulcamara atañe. Él es aún un todoterreno y su interpretación es deslumbrante y, aun cuando en el primer acto cantó la Cavatina medio tono en disonancia con la orquesta, dio completamente igual porque su color vocal profundo y monumental se lo come todo y encandila, como el mismo Dulcamara, allí por donde pasa. Fabio Capitanucci es un Dulcamara menos potente, sin la monumental proyección de Maestri, pero excelente también.


Ayer Huw Montague Rendall nos demostró que Belcore también puede ser el rey del stretching y que está en plena forma, -igual que todos sus compañeros de cast, que más que cantantes parecía un gym con Serena Sáenz y Filipe Manu de entrenadores-. El Belcore de Montague Rendall es lírico y corpulento en lo vocal y su Come Paride vezzoso fue notable. El día anterior, pudimos escuchar el Belcore de Carles Pachón, más estructurado y con un color profundo y claro. En la misma aria del primer acto, Pachón estuvo sublime.


La Gianetta de Anna Farrés se resume en el descubrimiento de una gran voz de soprano, prometedora. Su interpretación fue cálida, corpórea y lumínica, con momentos de excelencia vocal.


En resumen, vale la pena acercarse al Gran Teatre del Liceu para ver la mítica producción de Mario Gas con alguno de los 3 casts que, sin duda, irán dando más sorpresivas combinaciones e irán creciendo también sus voces a medida que avancen las funciones y asimismo volveremos a comentar sobre ello.



Dr. Eloi de Tera


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© Photos: Antoni Bofill, Gran Teatre del Liceu, 2025.


The legendary L'Elisir d'Amore, created by Mario Gas in 1983 and set in Fascist Italy, and that was revived during the 1997/1998 season at the Teatre Victoria, while the Liceu was still under reconstruction, having toured extensively worldwide, has recently returned to the Liceu. The production is simple in its staging, much like the Italian realist cinema that inspired Gas, with a touch of Ladri di biciclete, yet incredibly rich in color and stage movement. Although, frankly, even today, seeing the camicie nere marching through the stalls of the theatre is frightening, especially in these times when it's clear that fascism never truly died. But Gas's production, now revived by Leo Castaldi, is captivating and miraculous in every detail, particularly the costumes by Marcelo Grande and the excellent lighting by Quico Gutiérrez.


Once again, the two main protagonists of the production are the Gran Teatre del Liceu Chorus, whose members always exude perfection, homogeneity, and a powerful sound—under the direction of Pablo Assante—and the Gran Teatre del Liceu Orchestra, this time with Diego Matheuz on the podium. Matheuz is all vitality, yet imbued with precision and meticulousness. With the triple cast he has at his disposal, nothing is easy, because each singer has their own unique style, but Matheuz manages to conduct them all with precision while simultaneously eliciting a brilliant and accessible interpretation of Donizetti's score. Under his direction, despite the individual flourishes of each singer, the orchestra sounds homogeneous, without any harshness, and with an extraordinary timbre.


Initially, the triple cast seemed somewhat risky, as it requires three rehearsals and carries the risk of subsequent mixes that could lead to cancellations. And so it happens. At yesterday's premiere, Javier Camarena's indisposition created an unforeseen cast combination, with a fortuitous duet between Filipe Manu and Serena Sáenz. This duet was supposedly not planned in any rehearsal, but the two young singers' stage presence managed to mask the issue. Manu is no Camarena, but he is a technically exceptional singer with a beautiful, fragile, and bright voice. He delivered a performance of the difficult role of Nemorino that could be described as almost outstanding, but not stellar. His beautiful interpretation suffered from projection problems throughout, something that wasn't unique to him yesterday, and he lacked power and strength at times. However, all of this is forgivable in a complete debut, especially one involving an unexpected replacement. After all, those who paid for the tickets presumably expected stellar performances, or, if we're honest, we all expect stellar performances these days because that's what the recording industry has conditioned us to expect.


Michael Spyres has finally established himself as the great Nemorino of this production, not only because he sings every score he's given with such quality, brilliance, and technical mastery. Spyres is superlative. Spyres, though not many know it, is the most prolific and wonderful tenor of our time. Rooted in Wagnerian tradition but not only, Spyres also makes his debut as Nemorino, and he does so with a lyricism that is pure excellence. His phrasing is legendary and imbued with immense quality and beauty; the color and technique of his pianissimi overflow with absolute perfection. His interpretation of "Una furtiva lagrima" will bring tears to the eyes of those privileged enough to hear it, tears they will never forget, for it is unique and bears the very personal stamp of the American tenor. His Nemorino is truly otherworldly; go and hear it and you will hear a diferent cadenza everyday. Because Spyres makes each day of his Nemorino unique and unrepeatable.


As for the female role, Adina is an extremely complex one, which demands—especially given the history of those who have sung it—strong high-note skills and virtuosity. Serena Sáenz certainly possesses the qualities for this. A unique voice, like very few others, with a vocal texture reminiscent of the great sopranos of operatic history, with vocal power capable of handling the most complex roles of verismo drama, and the technique to do so. But she didn't shine at the premiere. In the first act, she lacked projection and was barely audible, and her attempt at a final high note didn't come off as she could have. In the second act, she dazzled more, especially in "Prendi per me sei libero." Her interpretation of Adina was beautiful and had epic moments, when she projected some of her well-rehearsed high notes, but Sáenz is capable of much more, and it goes unrecognized. With an exclusive focus on the opera, without any external distractions, we would have a great diva, and in this production, she is only an aspiring diva. That said, as always, her theatrical flair showcased a superb Adina.


In contrast, Marina Monzó's Adina embodies humility and vocal perfection. With Monzó, alongside the great Spyres, we don't see any attempts at virtuosity or high notes, but her interpretation of Donizetti is excellent, vibrant, and luminous, full of the honeyed vocal color that Monzó possesses. Her portrayal of Adina is lyrical and beautiful, convincing in every measure, demonstrating that she is an indisputable diva for any occasion.


Dr. Eloi de Tera

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